"Si estás en el área y no estás seguro de qué hacer con el balón, mételo en la portería y después discutiremos las opciones". Bill Shankly

viernes, 4 de febrero de 2011

La vivencia de una final inolvidable

Me encontraba en Inglaterra para aprender inglés, concretamente en un pueblo de 25.000 habitantes, llamado Saint Austell. Yo no era el único español que  emprendió esta aventura, estaba acompañado de veintitrés más. El día antes de la final, fuimos a conocer un pueblo muy turístico del sudeste de Inglaterra, se respiraba un aire bastante futbolero, dado que estábamos a poco más de un día del gran partido. Mientras paseábamos por el pueblo, nos llamó la atención que en una casa de apuestas el resultado que más apostaban los ingleses era un 1-0 a favor de Holanda, nuestro rival en la final. Nos extrañó bastante esta deconfianza inglesa en nuestro fútbol, tal vez, la tenían por la poca experiencia de nuestra selección española en finales del mundial, mejor dicho, por la inexistente experiencia, ya que nunca antes habíamos disputado un partido de tal calibre, mientras que para los holandeses, ésta era ya su tercera final en la Copa del Mundo. Como última anécdota de este pueblo, me acuerdo que yo entré con la camiseta de España a una tienda de deportes, acompañado por Borja, que quería conseguir una como la mía, cuyo precio era mucho más barato en Inglaterra que en nuestro país. El dependiente del comercio, un amante del fútbol, nos reconoció que el juego de la selección era de los mejores que él había visto en su vida, y que apoyaba a España en la final, porque nos merecíamos levantar la preciada copa.

Al día siguiente, domingo, me levanté temprano como de costumbre, pero me quedé en la cama dos horas, ya que me preocupaba la posibilidad de salir a desayunar y que mi ‘madre’ inglesa, Minna (pasé en su casa las tres semanas que estuve en Inglaterra),  me pidiera que la acompañara a misa, cosa que no me apetecía nada. Ante tal estúpida preocupación, empecé un libro que me habían regalado, pero eran tantos los nervios que me rodeaban, que tuve que dejar la lectura y centrarme nada más que en el partido, como si lo fuese a jugar yo. Intenté pronosticar el resultado del partido (que no acerté) y comencé a escribir lo que sentía al haber alcanzado uno de los mayores sueños de mi vida, ver a mi selección jugando el encuentro más importante de fútbol. ¡Menos mal que no era yo uno de los jugadores españoles! Si sin jugar estaba así, si me hubiera tocado disputar esa final, ¿cómo habría estado?
A lo que estábamos, pasé la mañana en solitario, y cuando volvió de misa Minna junto con su amigo Trevor, nos fuimos a comer al puerto. Tras la comida, que allí es a las doce de la mañana, visitamos un supermercado muy peculiar, con puestos de todo tipo, de frutas, del tarot, de mantas, de ropas, de artilugios, etc… En uno de estos puestos, el asistente me preguntó cuál creía yo que iba a ser el ‘score’ de la final, a lo que yo contesté Villa. El pobre hombre se quedó un poco parado, no comprendía mi respuesta. Él me había preguntado por el ‘score’ que es un sinónimo de resultado, pero yo sólo conocía esta palabra como el verbo ‘score’ de marcar goles. Entonces cuando me preguntó ‘score’, yo enseguida pensé que se refería al goleador de la final. Fue una confusión graciosa, pero sentí que había hecho un poco el ridículo.
Volvimos a casa, y a las siete horas de allí (una hora menos que en la Península Ibérica), salimos dirección al ‘pub’ donde nos reuniríamos todos los españoles para ver la final,  su nombre era ‘The duke of Cornwall’ (otro nombre que no se borrará de mi memoria). El partido empezaba en media hora, y lo íbamos a ver en un televisor enorme, rodeados de chavales y chavalas francesas que muchos compartían casa con la mayoría de nosotros, por suerte o por desgracia, a mí no me tocó compartir casa. El ambiente en el bar era espectacular, todos los españoles llevábamos puesta la camiseta de la selección y ondeábamos la bandera española. Por otra parte, los franceses intentaban fastidiarnos deseando que Holanda ganara la final, y abucheando cada vez que España dominaba el balón. Algunos entraron al trapo, y les increparon, otros pasamos de ellos, conscientes de que lo único que los franceses deseaban ver, era a su selección en la final, y desgraciadamente para ellos, Francia cayó eliminada a las primeras de cambio.
A las siete y media, la selección española y la holandesa salieron al campo, empezó a sonar en primer lugar el himno holandés por los altavoces del Soccer City, y cuando tocó el turno del español, no nos pudimos resistir a tararearlo, lo que provocó que  los encargados del pub nos amenazaran, si no dejábamos de armar jaleo, nos echaban. Pero, ¿cómo narices querían que estuviéramos en silencio en un momento como ése? Estábamos en nuestra primera final y el balón estaba a punto de rodar en un campo abarrotado en el que reinaba el sonido de las  famosas vuvuzelas.
El primer cuarto de hora de nuestra selección fue bueno, tuvimos alguna que otra ocasión para mandar a la red de la portería holandesa, pero a partir de este momento, el partido entró en una dinámica de juego sucio por parte de los holandeses, que el árbitro inglés Howard Webb no supo parar. Estaban consiguiendo sacarnos de nuestras casillas, y eso provocó que nuestra primera parte no fuera nada brillante. En el segundo tiempo, nos hicimos con el mando del partido, pero no pudimos anotar ni siquiera un gol, incluso se podría haber adelantado en el marcador Holanda con una oportunidad clarísmima que desbarató Casillas. Esta acción nos levantó a todos los españoles en el ‘pub’, empezamos a corear su nombre y a animar cómo no lo habíamos hecho en ningún otro momento del partido. Pasaron los noventa minutos reglamentarios, y nos vimos obligados a jugar la prórroga, treinta minutos más de absoluto infarto. Era evidente que nos merecíamos ganar, estábamos jugando ese fútbol vistoso que tanto nos caracteriza. En los primera parte de la prórroga, tuvimos infinidad de ocasiones de gol, yo estaba sentado al lado de Iván, que estaba desesperado porque Jesús Navas acababa de errar una oportunidad bastante clara que había rebotado en un defensa holandés y que rozó el gol. Al verle así, yo le dije, con riesgo a quedar como tonto, lo que pensaba. –Iván, el gol va a llegar tarde o temprano porque estamos jugando de maravilla, además, si marcamos un gol que vamos a ver millones de veces repetido, que lo marque un jugador que se lo merezca y que el tanto sea de bella factura, ése hubiera sido un gol de carambola. Iván se quedó perplejó, qué más daría quién marcara el gol pensaba él.
Afortunadamente, el fútbol fue justo, y en el minutos 116 de partido, Andrés Iniesta anotó de volea, el gol de la victoria. Saltamos de las sillas como locos, cantamos, bailamos e Iván me preguntó: -César, ¿este gol te gusta?, a lo que yo le contesté: - Es el mejor gol posible, además de ser marcado por un pedazo de jugador. Seguimos cantando los cuatro minutos que le restaban al partido, y celebramos la victoria por todo lo alto, emocionados.

No quisimos dejar el ‘pub’ sin antes ver a Casillas levantando la copa, fue un momento único, irrepetible, que todos recordaremos con la emoción que supuso ganar por primera vez el campeonato más importante y con más expectacón del fútbol.

César Fuster 31-12-10

1 comentario:

  1. Toda la razón, un gol que se repitió durante semanas e incluso meses y ¿por qué no admitirlo? que pasará a la historia del fútbol español, no lo podía marcar cualquiera y de cualquier manera.

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